domingo, 1 de mayo de 2011

Norway no mori (Tokio Blues)


Cuando mi amigo Alberto y yo acordamos escribir un post conjunto en nuestros respectivos blogs, sobraron las palabras para decidir el tema. El maestro Haruki Murakami  siempre ha sido no solo una afición común, sino uno de nuestros temas más recurrentes en nuestras interminables charlas. La obra de la que hablaríamos tampoco se hizo de rogar: Norway no mori, en el original, o Tokio Blues, tal y como se conoce en España (título horrible donde los haya que le quita protagonismo a la canción de los Beatles, que a parte de ofrecer el título original a la obra (versión en japonés de norwegian wood), otorga esa atmósfera acústica a la novela, ese ambiente sesentero).  Quedamos en que Alberto comentaría la novela y yo haría lo propio con la película, estrenada en Japón el año pasado.


Ha sido dirigida por el vietnamita Anh Hung Tran, algo no muy común en el cine japonés. Los protagonistas Tōru Watanabe y Naoko están interpretados por los geniales Ken-ichi Matsuyama (Gantz, Death Note) y Rinko Kikuchi (Babel) respectivamente. Dos actores en alza que constituyen uno de los dos pilares en los que se sustenta la película. El otro, sin duda, la fotografía.

Vamos por partes. La novela de Murakami supuso un antes y un después en su carrera. Escrita a medio camino entre Grecia e Italia, Norway no mori se aleja de los patrones que habían marcado el estilo de Murakami hasta entonces. Su novela anterior, traducida al español con el título de El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas, fue considerada obra de culto en su país, por su complejidad y su disección del interior del ser humano, una obra vanguardista de corte cyber-punk. Para salir del atolladero mental que le había supuesto escribir dicho libro, decidió viajar por Europa para poder desconectar y escribir algo más ligero, más pop. El resultado fue una novela pseudo-biográfica en la que Murakami describe con precisión (algo no muy habitual en sus libros hasta entonces) su época universitaria, si bien los acontecimientos que ocurren en la novela son ficción, tal y como asegura el maestro Murakami en más de una entrevista. Meses más tarde decidió permanecer un tiempo más en Europa tras su publicación debido a la aprensión que tenía a la fama por el éxito que alcanzó su novela en Japón. A día de hoy es uno de los clásicos modernos de la literatura nipona y una de las novelas japonesas más reconocidas en el extranjero.

Creo que toda adaptación cinematográfica de una obra maestra no está exenta de crítica. Ahora bien, tratar de comparar la versión celuloide con la literaria no es más que una estupidez. Sinceramente, si la película fuera totalmente fiel al libro no habría necesidad de hacerla. Quiero decir que la adaptación cinematográfica es fiel en el argumento, pero no en su modo de expresar los acontecimientos. Me explico: Murakami usa una prosa sencilla, moderna y ligera que no se percibe en la obra. El director ha tenido su propia manera de manifestar el ambiente de la película (unos finales de los años sesenta muy conseguidos en vestuario, aunque algo menos en la recreación del Tokio sesentero; una fotografía espectacular, y unas actuaciones brillantes), pero esa sencillez, esa inocencia que muestra Murakami al escribir no puede percibirse en la pantalla. A mi modo de ver, la película es algo más espesa que el libro, como si estuviera cubierta por un gran nubarrón gris. Murakami escribe con lenguaje sencillo temas compicados, al contrario que muchos autores, que explican temas nimios con lenguaje complejo. Esa es la gracia del maestro, que obviamente no podemos apreciar en la película. Esa es la razón por la cual no existe dicho nubarrón en su novela. Pero no debemos ser críticos con la adaptación, pues la película, película es.

El argumento es de sobras conocido por los fans del autor: un triángulo amoroso entre el protagonista Tōru Watanabe, típico nihilista de las obras de Murakami; Naoko, novia de su mejor amigo que no puede soportar el suicidio de este último, y Midori, el contrapunto a la personalidad deprimente de Naoko e interpretada maravillosamente por la joven Kiko Mizuhara, de ojos grandes y vivaces, tal y como la imaginé al leer la novela.

La obra gira entorno a la madurez, al descubrimiento del sexo y al dolor del amor. Los protagonistas van madurando con el sexo de fondo, lo van descubriendo con dolor y sin saber lo que les va a deparar la vida. Son jóvenes en un mundo no creado por ellos, sino por sus padres. Este tema no ha quedado obsoleto en la literatura nipona. El sufrimiento que atormenta a los protagonistas es el mismo que el que nos atormenta ahora. Esta es una obra ambientada en los años sesenta, pero con un tema muy actual: la pérdida de la inocencia. Los personajes van perdiendo pureza conforme ganan años, lo que provoca una pérdida de la ilusión por la vida. Tal y como dice Naoko en una de las escenas de la película: "deberíamos estar siempre entre los dieciocho y los diecinueve. Cuando terminaran mis dieciocho, cumpliría diecinueve. Y cuando estos terminen volvería a cumplir dieciocho. Y así todo sería más fácil". Esta conversación con Tōru refleja su miedo a crecer, a madurar.

No creo que seamos pocos los que le debemos nuestra afición a la literatura japonesa a esta grandiosa novela pop del maestro Murakami. Gente joven como yo que apasionado por la cultura nipona descubrió, gracias a este título, que existe otra literatura, otro mundo, jamás inigualado por otro autor, que te hace sumergirte en un Japón paralelo, un Japón que se repite en cada una de sus novelas con un toque diferente, evolucionado, pero que sigue teniendo ese aroma inconfundible del mayor talento que ha dado la literatura japonesa contemporánea. Haruki Murakami puede presumir de no dejar indiferente a nadie. Endiosado en occidente y por la juventud nipona, pero denostado por los elitistas círculos literarios de su propio país que no saben ver más allá de Mishima o Kawabata. Estos últimos le acusan de hacer una literatura poco japonesa, cuando en realidad ÉL ha sido el mayor exponente literario actual del país. Él ha descubierto a occidente los problemas del Japón contemporáneo, una nueva filosofía y, por qué no, una nueva forma de entender nuestra época. Lo que atormenta a los personajes de Murakami no es inventiva literaria, es lo que aflige al hombre actual, al joven contemporáneo. Murakami no es japonés. Murakami es Murakami y no le hace falta más.

A partir de la semana que viene haré un especial de Murakami, comentando sus libros y con datos biográficos de interés. Espero que os guste

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