domingo, 13 de febrero de 2011

Día 3: Ayutthaya

Día bastante movidito... Cogí el tren destino a Ayutthaya en la estación Hua Lom Bong. El precio irrisorio del billete ya me hizo presagiar las condiciones en las que estaría el tren. El trayecto, aunque estipulado en hora y media, duró algo más de dos horas, además del retraso de veinte minutos con el que partió. Sin aire acondicionado y con el sol directamente de lado, era mejor tomarse las dos horas de viaje con paciencia.
Una vez en Ayutthaya, los tuk-tuk y agentes de viaje agobiaban a los turistas con ofertas. Hay que tener especial cuidado porque estos pueden convencerte de que el templo al que te diriges está en la otra punta de la ciudad para que te montes en sus vehículos, cuando en realidad el lugar está al lado mismo. Aunque esto es muy característico de Tailandia en general, por lo que he podido comprobar.


Hubiese sido preferible alquilar una bicicleta individual, pero yo, espartano donde los haya, decidí ir a pie, error fatal con desastrosas consecuencias.
Empecé la visita por el templo Wat Ratchaburana y seguí con el Wat Phra Mahathat, el más famoso de la ciudad. Ayutthaya fue la capital del reino del mismo nombre, que precedió al de Siam, antiguo nombre del Reino de Tailandia. Vivió una época de esplendor cultural y militar, hasta que la ciudad fue saqueada por los birmanos en 1767. Debido a esto, todo lo que queda en Ayutthaya son ruinas de una cultura que fue la antecesora del arte tailandés del siglo XIX. Los templos se considera que tuvieron un estilo arquitectónico muy parecido a los que podemos encontrar en Bangkok. Sin embargo en Ayutthaya solo encontraremos los cimientos de lo que fue, lo que no menosprecia su valor cultural. Destaco la cabeza de Buda rodeada de las ramas de un árbol.
 
Tras la visita del segundo templo, y en busca del tercero, el espíritu aventurero me convenció de que cogiera un atajo, atravesando la parte seca de un río. No estaba tan seca como imaginé y la tierra me tragó literalmente, cubriéndo me hasta el pecho. Afortunadamente unos chicos lugareños que estaban por allí me ayudaron a salir con un palo (los chavales estaban muertos de risa, claro está, pero tampoco les iba a quitar yo la diversión, con tal de que me salvaran...). Por suerte, todo el equipo que llevaba (cámara, iPad, guía, cartera...) quedó a salvo en la mochila.
El barro pesaba y no podía caminar mucho rato en esas condiciones, menos aún entrar en algún lugar turístico. A pocos metros del maldito río estaba la familia que me ayudó. Tenían una especie de restaurante para turistas, vendían bebidas y ofrecían transporte. El anciano de la familia me ayudó a quitarme el barro con la manguera, pero no tardó en venir el resto de gente para echar una mano o para curiosear un rato. Estuvimos bastante tiempo limpiando toda la ropa. Una señora me regaló un pantalón corto y tras darle veinte mil veces las gracias, me llevaron hasta la estación de autobuses, pues mi humor ya no estaba como para continuar haciendo turismo. No sé que hubiese pasado si no fuera por la amabilísima familia que salió de la nada. Me dijeron que cuando volviera a mi país hablara sobre ellos, y aquí esta, pues, mi agradecimiento. Lástima no haberme echo una foto con ellos.
Durante el trayecto en tren de vuelta a la ciudad, conocí a un par de chicas japonesas que, a pesar de tener tan solo veinte años, estaban haciendo un viaje por todo el sudeste asiático, incluido Laos y Myanmar. Con un par, sí señor.
Ya en la ciudad, tras ducharme y mandar a la tintorería toda la ropa enfangada fui a darme una vuelta por Silom, otro de los lugares modernos de la ciudad. El acceso fue fácil: una vez en la Plaza Siam, que visité el día anterior, se toma el Skyline, tren que recorre la zona en dos líneas sobre la carretera. Unas vistas muy bonitas, sobre todo si se coge de noche.
Silom es como Siam Square pero con mercadillos para los extranjeros, donde se pueden conseguir desde recuerdos de viaje hasta ropa, bien barata si sabemos regatear.
Se nota la mano japonesa en las zonas modernas de Bangkok. La mayoría de las tiendas, restaurantes o grandes almacenes son nipones. No solo eso, sino que el noventa por ciento, sin exagerar, de los coches que se ven en la ciudad son de la marca Toyota. Parece ser que han hecho un buen negocio con los tailandeses. Si entras en cualquier supermercado o tienda de veinticuatro horas, la mayoría de los productos que verás son japoneses. Además de verse bastantes chicas de estilo Gal por la ciudad. Han sabido bien vender su cultura moderna.
Mañana último día en Bangkok. A disfrutar de más templos y por la noche, rumbo a la playa.

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