viernes, 18 de febrero de 2011

Día 10: Llegada a Siem Reap

El viaje duró algo más de veinticuatro horas. El recorrido de retorno fue exactamente igual que el de ida. Ya en Bangkok un conductor nos esperaba a los que habíamos contratado el mismo transporte para llevarnos hasta la frontera. El viaje se hizo más o menos entretenido gracias a que todos los viajeros éramos europeos y conectamos muy bien. Desde luego uno no deja de sorprenderse con los viajes que hace la gente por el mundo.
 La frontera entre Tailandia y Camboya es, posiblemente, el lugar más pobre que haya visto jamás. Un terreno arenoso donde no hay absolutamente nada: solo cuatro casas, un arco de bienvenida a Camboya y, eso sí, mucha gente. El proceso para conseguir un visado de entrada, obligatorio incluso para turistas, es bastante engorroso y lento, pues tardó algo más de dos horas a pesar de que tampoco había tantos turistas. Rompe el corazón ver a niños tirar carros enormes, trabajar con tractores o simplemente estar tirados en el suelo.
Desde la frontera, cogí un taxi con los chicos daneses que conocí en el autobús y, tras dos horas de viaje de nuevo, por fin llegué al hotel, en la ciudad de Siem Reap. El larguísimo viaje me dejó exhausto y sin ganas de separarme del aire acondicionado de la habitación.
 
Siem Reap es la ciudad (o mejor llamémoslo un lugar con más de dos casas juntas) más cercana a las ruinas de Angkor. Por este motivo, todos los turistas escogen esta pequeñísima ciudad, lineal y apenas sin asfaltar, como lugar de alojamiento para visitar los templos.
Mañana por fin comprobaré si los templos de Angkor hacen honor a su fama.

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